Hay algo que une las dos salas, la que exhibe algunas pinturas del extraordinario patrimonio del Museo Quinquela Martín y la que ocupa estos días la exposición de fotografías de Eduardo Grossman, Artistas. El alma de La Boca . Algo se ha llevado uno en la retina de alguna de las pinturas que miró en su paso más bien apurado por la primera exposición, que vuelve a reverberar ahora frente a alguno de los 32 retratos fotográficos de Grossman. Por ejemplo, frente a los ocres que parecen cubrir como un velo el talller de Omar Cabrera Köhl. O en la luz que se filtra por la ventana del estudio de Luis Etchegoyen y hace aun más numerosos los tonos de azul y violeta de la foto.
Después, ya al salir, uno volverá a pasar frente a las pinturas de Daneri, de Collivadino o de Lacámera y verá que en algunas –especialmente en una de Lacámera– se ven interiores parecidos a los que registran en las fotos. Son, también, talleres: los de los pintores mismos. Y pensará que el hilo que las une con las obras de Grossman quizá sea más espiritual que temático o cromático. Las primeras son obras de extraordinarios pintores de La Boca que hace mucho han dejado el mundo y son escasamente recordados por la escena artística actual. Las segundas, obras que retratan a otros artistas que heredaron su tradición y en alguna medida la forma de ejercer el oficio. Ahí están, en sus talleres, rodeados de sus esculturas o de bastidores, de pinceles, con la ropa cubierta de manchas de pintura. Ahí están en el momento de ser artistas. También lejos –no todos, aunque la mayoría– de la escena artistica oficial. Entonces uno advertirá que la conexión estaba ahí, perfectamente a la vista, en el título de la muestra: el alma de La Boca.
Grossman, que también eligió La Boca para vivir hace más de veinte años, cuenta que fue uno de los 32 retratados, Fernando “Coco” Bedoya, quien le propuso la idea de hacer fotos de artistas de La Boca hace un par de años. Y otro de los 32, Víctor Fernández –director del museo, además de pintor– quien se entusiasmó cuando vio las fotos y le propuso hacer la exhibición. Con toda probabilidad, su mirada experta advirtió el valor del relevamiento territorial del trabajo –destacado en la sala por un panel con un gran mapa que ubica cada taller– y el interés que tiene para un museo como el Quinquela. También, sin duda, cierta calidad pictórica de la serie de retratos. Se trata de fotos digitales, sin más iluminación artificial que las luces comunes de cada taller. Pero el trabajo posterior a las tomas y el bajo contraste de los tonos medios que buscó Grossman en el copiado –que hizo personalmente– dio a las imágenes un nivel de detalle, delicadeza y hasta tersura más propio de la pintura que de la fotografía.
Fuente: Clarín
Link: http://www.revistaenie.clarin.com/arte/arte-abandono-Boca_0_1400259988.html
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