Historia barrial


Los vecinos de La Boca son, quizás, entre todos los porteños, quienes más se identifican con su barrio. Ellos tienen una verdadera identidad barrial, además de que la fisonomía de las calles de La Boca es fácilmente distinguible comparada con las de otros barrios. El paisaje diferente lo dan los antiguos conventillos con paredes de chapa, algunas multicolores, que son una marca registrada en el mundo.

Los límites de La Boca son las avenidas Regimiento de Patricios, Martín García, Paseo colón y las calles Brasil y Elvira Rawson de Dellepiane hasta el Río de la Plata. Una parte del barrio es conocida como “Isla Demarchi”; es la que se encuentra del otro lado de la Dársena Sur del Puerto. Allí se ubica, por ejemplo, la playa de estacionamiento del casino flotante. Debe su nombre al italiano Antonio Demarchi, yerno del caudillo Facundo Quiroga, quien compró esas tierras a mediados del siglo XIX.

La Boca debe su nombre a la desembocadura del Riachuelo en el Río de la Plata. Cabe aclarar que este accidente geográfico no estuvo siempre en el mismo lugar. Según planos del siglo XVIII, la desembocadura se encontraba en el actual barrio de San Telmo, a la altura de la calle Humberto I, y formaba una Isla sedimentaria, que hoy es parte del barrio de Puerto Madero. La Boca que hoy vemos se abrió artificialmente en la década de 1880, cuando el ingeniero Luis Huergo proyectó el puerto de La Boca, el primer gran puerto con el que contó Buenos Aires, inaugurado en 1883 con la entrada del transatlántico “L´Italia”. Huergo se convirtió con su obra en uno de los hijos predilectos del barrio, al que incluso le levantaron un monumento en la ribera.

Pero los italianos no llegaron al barrio en ese momento. Ya venían haciéndolo regularmente desde hacía unos años, y seguían afincándose en ese rincón de Buenos Aires por la presencia de sus compatriotas. Sin embargo, no siempre hubo italianos en esa zona: en la década de 1810 se afincó en el lugar el inglés Diego Brittain, quien incluso compró gran cantidad de terrenos, aprovechando su bajo costo, dado que se inundaban fácilmente ante las crecidas del Riachuelo.

Las comunicaciones con el centro de la ciudad se daban por la actual avenida Almirante Brown: por allí  ingresaban los carros que se dirigían hacia el puerto. El tránsito particular lo hacía por la calle Necochea. En la década de 1860 llegó el tren a La Boca: el Ferrocarril a la Ensenada, que partía de las actuales Av. Paseo Colón y Venezuela. El tren se desplazaba por un terraplén sobre las piedras que conformaban la ribera del Río de la Plata. Después de hacer una parada en la zona conocida como Casa Amarilla, seguía hacia el sur y cruzaba el Riachuelo, antes de detenerse en el apeadero conocido como Barraca Peña. Al poco tiempo llegó el tranvía, de la mano de los pioneros hermanos Federico y Julio Lacroze. Otro importante Tramway fue el de Wenceslao Villafañe, quien dejó inmortalizado su nombre en una de las calles del barrio.

Las constantes crecidas del río mantuvieron en jaque durante mucho tiempo a La Boca. Recién en la década de 1990 un plan de elevamiento de las riberas trajo cierto alivio y las calles boquenses dejaron de inundarse ante cada sudestada. Todavía quedan como testimonio algunas veredas elevadas, que impedían que el agua ingresara en las viviendas y locales comerciales.

Hace algunos años una secretaria de Medio Ambiente de la Nación lanzó una sentencia que hizo historia: afirmó que, contados a partir de ese momento, en mil días estaría limpio el Riachuelo, e incluso el ex presidente Carlos Menem desafío con que se bañaría en este curso de agua. Pasaron varios funcionarios y varios presidentes; en el camino quedó la promesa. Y este Riachuelo, un típico río lento de llanura, siguió acumulando basura y desperdicios industriales. La contaminación no es patrimonio del siglo XX: ya a mediados del siglo anterior varios pobladores se quejaban de las industrias y los saladeros que arrojaban sus residuos al agua.

Un rincón característico de La Boca es la calle Caminito, el primer museo al aire libre con que contó  Buenos Aires. Caminito debe su nombre a la popular canción de Juan de Dios Filiberto y no, como muchos indican, al revés. Filiberto no se inspiró en este “caminito” sino en uno de la localidad riojana de Olta. Precisamente fue Filiberto junto al alma Mater del barrio, el pintor Benito Quinquela Martín, quien propuso que ese callejón, que había quedado de un antiguo ramal ferroviario inutilizado, fuera destinado a promover las labores de los artistas boquenses. Hoy es un punto obligado para los turistas extranjeros que visitan la ciudad.

En los alrededores de Caminito quedaron como testimonio los conventillos multicolores. Originalmente los inmigrantes utilizaban los sobrantes de pintura de los barcos para darles color a las paredes de chapa de sus viviendas. Ante la llegada masiva de los inmigrantes europeos, los conventillos se convirtieron en un lugar obligado para vivir. Sin embargo, se llegó al extremo del hacinamiento, con varias familias compartiendo cuartos y, lo peor, con un baño para promedio entre treinta y cincuenta personas, según el inquilinato y las comodidades del mismo.

Llegó a haber tantos extranjeros en La Boca que, según el censo de 1895, constituían casi la mitad de sus habitantes. Los italianos eran mayoría, seguido por españoles, uruguayos, franceses e ingleses. A principios del siglo XX comenzaron a arribar yugoslavos, árabes, rusos, griegos, y se llegó a formar una comunidad negra, oriunda de las islas del Cabo Verde. Hoy en día el barrio también es habitado por gran cantidad de extranjeros, provenientes en su mayoría de Perú, Paraguay y Bolivia.

Entre los italianos prevalecían los genoveses. De hecho, a los hinchas del protagonista casi excluyente del barrio, el club Boca Juniors, se los llama “xeneizes”. ¿Y de donde proviene esta palabra? Justamente de Génova que, en dialecto genovés, se dice Xena. Los genoveses entonces son los “Xeneizes”.

De esta gran variedad de dialectos, costumbres, bailes y música fue conformándose la danza que hoy nos identifica en el mundo, el tango. Originalmente despreciada por tratarse de un ritmo “orillero”, de las clases bajas, fue aceptado por la sociedad recién en 1914. en los últimos años fue ganando terreno en varios países y en 2009 fue declarado “Patrimonio cultural de la Humanidad” por la UNESCO.

Aquí también nació el lunfardo, originalmente utilizado por las clases bajas y los delincuentes. El hecho de usar palabras en varios dialectos hizo que en una obra teatral surgiera un personaje llamado “Cocoliche”, que hablaba de esta manera. La palabra “cocoliche”, finalmente, quedó incorporada al habla popular para designar a los que hablan esta jerga, italianos.

La presencia de tantos inmigrantes también jugó un papel importante en la política.

En La Boca fueron famosas las reuniones de masones y anarquistas. De este barrio salió también el primer diputado socialista de América Latina, Alfredo Palacios, elegido en 1904.
Al año siguiente nacería el club del barrio: Boca Juniors, que obtuvo de la bandera de un barco sueco que ingresaba al puerto del Riachuelo los colores de su camiseta. Originalmente el amarillo formaba una bandera en diagonal, pero después se cambió a una franja horizontal. Aquí también nació su eterno rival, River Plate, que, con los años, fue mudando su estadio (cabe aclarar que aunque muchos dicen que la cancha de River está en Núñez, en realidad ese lugar pertenece al barrio de Belgrano; la avenida Guillermo Udaondo marca el límite entre ambos). La cancha de Boca es conocida como “La Bombonera” por su peculiar forma.

En 1914 se inauguró otro ícono del barrio: el puente transbordador Nicolás Avellaneda, que une la capital con la Isla Maciel, ya en el partido de Avellaneda, del otro lado del Riachuelo. Al poco tiempo quedó obsoleto y decidió construirse uno nuevo, el actual, que se abrió el tránsito en 1940. se convirtió así en el puente mas largo de Sud América. La mole de hierro del anterior quedó como un paisaje insustituible de La Boca que, sin embargo, se propuso desmantelar en varias oportunidades.

Quinquela Martín, adoptado por una pareja boquense dueños de una carbonería, se crió en el barrio. En su infancia comenzó bosquejando dibujos con trocitos de carbón, y llegó a convertirse en un artista plástico de renombre internacional. Fue muy importante para los vecinos su solidaridad hacia el barrio: donó una escuela, un hospital y un teatro. También funciona en una casa de su propiedad el Museo de Bellas Artes de La Boca, que lleva su nombre. Son interesantes para visitar su propia habitación y una colección de mascarones de proa.

La vivienda conocida como “Casa Amarilla”, donde hoy funciona el Instituto Browniano, es una réplica de la que habitaba el almirante Guillermo Brown, pero no en el barrio de La Boca, sino en el vecino Barracas. Su casa estaba en la actual Avenida Martín García 570, a cuadras del parque Lezama y de la orilla del Río de la Plata, esa donde decidió sumergirse su hija Elisa Brown para suicidarse, ante el fallecimiento de su novio Francis Drummond en un combate naval.

La principal Iglesia del barrio es San Juan Evangelista, en Olavarría y Martín Rodríguez. Su piedra fundamental fue colocada en 1859 y, después de varias demoras y paralizaciones, se la bendijo en 1886. Fue la primera parroquia salesiana en el mundo.

En La Boca nacieron también los Bomberos Voluntarios. En 1884, ante la gran cantidad de conventillos de madera, fácilmente inflamables, un grupo de vecinos se dio cuenta de que había que contar con algún método para apagar el fuego en caso de incendio. Así, el 2 de junio se fundó el Cuerpo, que todavía existe en la calle Brandsen 567. Ese día de celebra en nuestro país, en su homenaje, el día de Bombero Voluntario.

Otras instituciones del barrio son las relacionadas con el ámbito culinario. Aquí nacieron las fábricas de galletitas Terrabusi y Canale, hoy devenidas en subsidiarias de grandes multinacionales. También es un invento boquense la fugazzeta con queso, una innovación de la pizzería Banchero en la década de 1930. Otro ámbito gastronómico lo constituyeron durante mucho tiempo las cantinas de La Boca, reductos insoslayables a la hora de fiestas de fin de año o despedidas de soltero. La primera de ellas fue Spadavecchia, fundada por un inmigrante italiano. Hoy, lamentablemente, la esquina de Suárez y Necochea, donde se ubicaban varias cantinas, luce abandonada y casi olvidada.

Todo vecino de Buenos Aires, aunque no sea de “la mitad mas uno”, como se autodenominan los hinchas de Boca, debería darse de vez en cuando una vueltita por este tradicional barrio porteño.

Fuente: Historias de Barrio / Programa Pasión por Buenos Aires

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