jueves, 4 de septiembre de 2014

Nostalgia del barrio que ha cambiado

El fotógrafo registró la vida del barrio durante 50 años. En ese tiempo, son otros los edificios y los personajes.


El hombre es petiso y panzón. Lleva unos papeles debajo del brazo y una bolsita. Un sombrero lo cuida del sol mientras camina para pasar primero por delante de un conventillo de madera y después por un negocio que, con un cartel, invita a usar el teléfono público y para el que va a tener que subir los tres o cuatro escalones que separan a las casas de la inundación. Detrás, del otro lado de la calle Australia, se ve la mansión Cichero, a la que abajo alguien le garabateó “Frondizi MID” y en la que en el piso más alto tuvieron su taller pintores como Miguel Carlos Victorica, Fortunato Lacámera y Benito Quinquela Martín. Es probable que, en ese instante de 1961, sea sábado, el día que el fotógrafo Aldo Sessa prefirió durante décadas para ir a recorrer La Boca con su cámara, a donde volvió hace unos cuatro meses para hacer algunas tomas desde el Riachuelo.

La del hombre petiso con un conventillo que ya se incendió y con una mansión que hoy es baldío es una de las 50 imágenes que componen la muestra La Boca, una República en Buenos Aires, que abre hoy en el Museo Quinquela Martín, Av. Pedro de Mendoza 1835.

Las primeras son de finales de los años 50 y las últimas son de este año. En esas más de cinco décadas, La Boca cambió: la foto que Sessa sacó desde el ferry que cruzaba a Uruguay ya no podría hacerse, ni tampoco la de los barcos pesqueros porque ¿qué van a sacar hoy las redes del fondo de ese agua muerta? Ya no son tantos como los de la foto de principios de los 90 los botes que cruzan desde y hasta la isla Maciel, y el tren pasa muy poco por la barrera en la que una señora espera para cruzar debajo de su paraguas, de espaldas al artista.

Ya quedan pocos picados de los tantos que Sessa documentó, desde adentro o desde afuera de los alambrados: un arquero matándose por agarrar “La Pulpo”, un delantero al que le quedaron las dos piernas en el aire de patear y que entonces mira a ver si gol o no, un salto de a dos a ver quién gana el cabezazo antes de que algún compañero grite “¡Auto!” y haya que interrumpir el partido. Y de los conventillos a los que el artista entró a radiografiarles el patio interno, con la escalera desvencijada y la ropa en la soga, algunos se incendiaron, otros se convirtieron en edificios, algunos resisten y hasta posan para las fotos del turismo internacional.

“Todos lo barrios de Buenos Aires tienen su personalidad, pero La Boca tiene una personalidad muy fuerte. No tiene un trazado similar a la cuadrícula de otros lados y está el Riachuelo que, al ser un tono más alto que el río, más negruzco, actúa como espejo y se produce una gloria de colores”, dice Sessa, que en una de sus primeras visitas cámara en mano al barrio retrató a Quinquela en su estudio, donde hoy funciona el museo: esa foto también puede verse en la muestra. “Yo venía de una formación de pintor y me importaba cuidar mi paleta: La Boca me atraía por los óxidos, había barcos y chapas oxidadas de una tonalidad sublime, y me encantaba la gente, era todo austero”, agrega Sessa.

“La Boca está llena de cicatrices”, resume Víctor Fernández, director del Museo Quinquela Martín. Como marcas que le quedan a un cuerpo, las fotos de Sessa están colgadas para verle a La Boca todo lo que alguna vez fue pero ya no.

Fuente: Clarín

Link: http://www.clarin.com/sociedad/Nostalgia-barrio-cambiado_0_1202879892.html

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