La imagen sería la de un barco, tal vez un pesquero, encallado y hundido bastante cerca de la costa. Lo del barco se presume, ya que sólo se ve lo que fuera su mástil con el que caprichosamente juegan las olas cubriéndolo casi por completo, cuando la marea las manda, y dejándolo solo, al descubierto y mojado, cuando con su espuma emprenden la retirada. Pero el mástil (y su barco, más abajo) resisten, estoicos y firmes, como si todavía siguieran navegando.
Así son los recuerdos que evoca Horacio Guarany de su querido La Boca. A veces lo sumergen, lo tapan, lo ahogan. Pero con la próxima pregunta las olas se retiran y las maderas, algo corroídas pero buenas, siguen erguidas y firmes. Hasta que el próximo recuerdo las vuelve a poseer. Y se mojan, como los ojos del cantautor llegado de Santa Fe con toda su pobreza a cuestas, con más esperanzas que certezas de encontrar en Buenos Aires algo que lo hiciera no sentir hambre, y –por supuesto con su canto y su música que por los años ’50 no le llenaban el bolsillo, pero sí el alma.
Horacio Guarany habla como canta. Y en una tarde nublada, comenzó a cantar sus recuerdos: “Viví en La Boca 4 ó 5 años, en el conventillo de California 671 –confirma con exactitud-. Yo tenía 17 años y vine de Santa Fe porque éramos muy pobres. Mis padres no me pudieron criar, no tenían con qué, y me crié de prestado con una familia de Alto Verde. Vine aquí para ganar dinero y me costó mucho. Corría la liebre, tenían hambre…”. Un corto silencio cierra la frase. Tal vez buscaba en su cabeza los datos para seguir con la entrevista. Tal vez, el recuerdo mismo, como las olas al mástil, lograron ahogarlo. “Vivía en una pieza del primer piso –se repone y sigue-. Daba a un corralón de carga a caballos. Por la ventana miraba siempre al hombre que los ataba y les ponía nombres de personas: uno se llamaba Mario. Viendo a esos gringos italianos, desde mi pieza, aprendí a hacer el pesto. Era grande, de chapa, con una cocina y tenía un calentador Primus. Allí albergaba a muchos compañeros que venían de Santa Fe a buscar trabajo a La Boca. Al lado vivía un paraguayo viejo con su mujer, abajo había varias casas y una pareja de polacos con una moto. Un día, el paraguayo me quiso pelear. Calzaba facón en la calle”, cuenta divertido este ciudadano del mundo que pese al éxito y la fama no olvida sus orígenes.
Aunque sigue grabando y llenando teatros, la pasión de Guarany ahora también pasa por su fundación: un centro cultural y teatro en Luján que brinda enseñanza artística y alienta a nuevos talentos (www.fundacionguarany.com.ar). Pero la marea se pone alta y el recuerdo vuelve a sumergirlo: “Vívía de cantar en los bodegones para marineros. Había uno, La Rueda, en Pedro de Mendoza y Necochea, donde una muchacha ponía la vitrola y yo cantaba. Los marineros me regalaban cervezas, yo las guardaba y al final de la noche se las cambiaba al dueño por unas monedas. Y sabía que, con eso, comía al día siguiente. Compraba chiquizuela y me hacía un guiso con papas y fideos cabello de ángel”.
Los caminos de la vida le permitieron comprar algo más que la humilde y única comida del día, lo hicieron recalar en Olivos y –en las últimas décadas - en el oeste del Gran Buenos Aires. Gardel cantaba “Volver, con la frente marchita” y, como Gardel, Horacio Guarany volvió a visitar La Boca pero con la frente en alto, aunque el corazón medio marchito. “Me pone algo triste pensar en La Boca. Una vez volví porque quería mostrarle a mi hijo cómo empecé y salió llorando del conventillo cuando supo del hambre que sufrí. Pero sólo eso es triste, porque La Boca es lo más grande que hay, es mejor que Nueva York. Allí estaban Quinquela, Ferrín, el bandoneón. La Boca tiene aura, era pobre pero tenía corazón. La gente de allí es noble. Yo empecé en La Boca y llevo 64 años actuando. Recibí mucho de mi país y, gracias a la pobreza de mi pueblo en Santa Fe y a lo que viví en La Boca en mi juventud, soy esto. Dicen que soy uno de los artistas más importantes del país, pera gracias a mi pueblo y al barrio pude hacer canción mi país. Por todo estoy agradecido: por el hambre, la pobreza, la necesidad de salir adelante, los marineros, la vitrola, los gringos y sus caballos con nombres de personas…Los amigos, Quinquela, la gente de La Boca me hicieron ser esto. Yo no soy un artista grande. Todo eso me hizo grande”.
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