lunes, 2 de mayo de 2016

¿Qué ocurre en la cancha de Boca después de un partido? Viva pasó la noche en La Bombonera y registró lo que hay tras el fin de fiesta: personajes, fantasmas y leyendas.


Cazafantasmas: así se los llama a quienes se ocupan de succionar la basura de post-partido.

Dormir en La Bombonera todavía no es una oferta turística, pero la aventura periodística de acurrucarse en las entrañas de La Boca puede servir como experiencia religiosa, planteo existencial y hasta estado de meditación. Todos hablan de La Bombonera sísmica en funcionamiento. ¿Pero cómo es de madrugada? ¿Quién la custodia? ¿Quién vive allí? ¿Cómo son su ritmo y su sonido? Ganó Boca y ¿después del partido, qué? Un viaje a otra dimensión para narrar el camino inverso: el desarme y el silencio. Doce horas de exploración por la bella durmiente de cemento.

Boca-Rafaela. 3 a 0. Festejo de cumpleaños 111 para el club. Gol de Carlos Tevez incluido. El espasmo pasó y atravesar con linternas la larga noche del Alberto J. Armando recuerda a ese pensamiento del escritor italiano Alessandro Baricco: “La Bombonera vacía podría compararse con lo que genera mirar a las personas que uno ama mientras duermen”. Hay una dama misteriosa que vive en los pasillos del primer piso. Hay un regimiento “limpia-campo” que lustra al monstruo después de la procesión. Hay leyendas de espíritus que bajan a besar el pasto y hasta un tren que pasa a la madrugada por las vías linderas a Brandsen. La vida boquense pasada la hora de las brujas es más estremecedora de lo imaginado. Ruido de motores que aspiran los restos de tanta pasión, grillos amplificados por la acústica xeneize y ronda de pizzas y mate en la penumbra de los serenos.

Desmontar La Bombonera es un proceso que lleva cuatro horas. Después de que las hormiguitas eufóricas descuelgan sus banderas, toman selfies desde todos los ángulos y se retiran por las 18 puertas de egreso, sobrevienen varias etapas de limpieza. Recién a las 48 horas todo quedará impecable otra vez. Primero, los “sopladores” de papelitos castigan su cintura, absorbiendo durante 120 minutos los restos de tanta pasión. Con overol y ruidosas aspiradoras, este gremio, al que llaman “Los cazafantasmas”, lidia contra el viento y contra la montaña de amor acumulada. Después del rugido de La 12, la sinfonía viene por el lado de estas máquinas succionadoras, mientras los encargados de la limpieza general llenan bolsas de a kilos con los vestigios del terremoto: botellas de gaseosa, vasos plásticos, diarios, servilletas enrojecidas por el ketchup, migajas de panchos, palitos de bombón helado. A través de los desechos se ve un museo fugaz del paso del hincha de Boca por su “iglesia”. El camión de basura se llevará tantos desperdicios como los que podría generar un barrio en una noche. Durante tres horas, los desarmadores de publicidad móvil se encargan de desmontar tremenda logística: 70 carteles led con sus correspondientes baterías. Cada cartel pesa cerca de 120 kilos. Cada batería, 140. Los pequeños Hércules desafían a la hernia a metros del Riachuelo.
Adentro, en los vestuarios, aún se escucha cumbia. El encargo de musicalizar es Cacho “Banderita” Laudonio, el autoproclamado “utilero más feliz del mundo”, que en varias oportunidades “con permiso previo de la patrona”, se queda a dormir en la camilla de masajes del vestuario de reserva, “mejor que pernoctar en el Sheraton de Las Vegas”, jura. Antes, el hombre junta cada prenda embarrada y la lleva al rincón más misterioso y pintoresco de Boca Juniors: el lavadero, liderado por Doña Julia Fieres, 79 años, hija de sirios nacida en Bahía Blanca, desde hace medio siglo la lavandera oficial.

La increíble historia de Fieres es desconocida porque ella no acepta notas (hasta hoy). A los 18 años se instaló en un conventillo y fue empleada de la fábrica de Alpargatas, pero el destino la encadenó a La Bombonera a fines de los sesenta. Cada tarde, después del trabajo, se sentaba en la tribuna a ver pasar la vida. “Nunca me iba a imaginar que terminaría mí días en el club. Como mi casa de chapa era muy calurosa, me venía a la cancha para tomar fresco. Un buen día me ofrecieron un trabajo durante la temporada de pileta”, detalla. Así, pasó luego al área de lavado. En su trocito de Bombonera, cama, heladera y lavarropas conviven con camisetas de Carlitos Tevez, pósters de Rojitas y altares del Gauchito Gil. “También limpiaba las oficinas del club. Si hasta el señor Quinquela Martín me dio una beca para llevar a mi nene, único hijo, al jardín. No me hablen de Boca mal porque se arma. Yo me hice hincha por la finada de mi hermana, que era una envenenada de Boca y de Perón. Me pongo loca cuando pierde.” Para evitar enfurecerla, hay que omitir el tema River: “Acá una camiseta de esas no entra. A un utilero le tiré esa remera roja y blanca al medio del pasillo. Acá no se lava eso”.

Ya es casi medianoche y Guillermo Barros Schelotto, su mellizo y sus dirigidos cenan en el comedor improvisado, contiguo al vestuario. Se trata de una carpa blanca montada en el salón de pelota paleta, en cuyo interior hay un chef encargado de alimentar al batallón famélico. Rolls de pollo y otras delicadezas, estómago contento, cada uno emprende el camino a casa y deja al estadio en una soledad poética. Ya no queda ni el canchero.

En el hall de Boca ya vacío se lee el apellido Sulcic en las paredes. ViktorSulčič, fue el arquitecto esloveno (junto a Raúl Bes y a José Luis Delpini) en cuyo cerebro se moldeó la estructura de este gigante. Según la leyenda, una amiga le regaló una caja de bombones y, sorprendido por la coincidencia de que la forma de la caja era prácticamente igual al proyecto de estadio, adoptó ese sustantivo para apodar al lugar. A 42 años de su muerte, nos topamos con su nieto, Nicolás (hincha de River), atravesado por lo que él llama “la grieta” futbolera: “Mi padre era piloto de Aerolíneas e hincha de Boca. Estaba siempre de viaje y, cuando volvía, intentaba controlar a mi hermana, siete años mayor que yo. Ella se hizo de River para molestarlo. Yo era muy chico y se me fue pegando el cuadro. De grande quería hacerme de Boca, como papá y el abuelo, pero tenía el corazón partido”, explica. “Lo que se te mete de chico, es difícil de desprogramar. Algo en mi interior me decía que estaba mal desear que ganara River, como si traicionara un legado. Así dejé de ver fútbol, ni siquiera los Mundiales veo.” Sulcic lamentaría que el proyecto de jubilar La Bombonera que trazó su abuelo llegara a cristalizarse: “Su diseño hace que la experiencia sea única y no sé si es posible replicar eso con estándares modernos de seguridad y negocio. Tal vez termine en una cancha de estilo minimalista, sin identidad”.

Fantasmas, perros y energías. El vigilador que esta noche tomará la posta después del partido y hasta las 7, Ezequiel Feraud, lleva dos meses en el club y ya recibió advertencias de sus compañeros sobre historias de fantasmas. Supo del mito romántico de los espíritus que bajan a jugar en el rectángulo cuando nadie los ve. “No tengo miedo, pero escuché tantas anécdotas que algo siento en la recorrida continua por los pasillos. Tantas personas lanzaron cenizas de sus seres queridos a la cancha que imagino que algo de las almas queda acá”, se anima.

Algo del aura boquense traspasa el cuerpo. Una fuerza que se respira con La Bombonera repleta, pero continúa flotando con La Bombonera vacía. Desde lo energético, Angeles Ezcurra, la autodefinida sanadora que limpió el estadio antes de la llegada de Carlos Bianchi, explica la cuestión de la “frecuencia vibratoria xeneize”. “Hay que tener en cuenta todas las energías que se acumulan ahí: pasión, miedo, emoción, ira, angustia, alegría. Todas las sensaciones a flor de piel. Eso queda impregnado día a día, año a año. Por otra parte, cuando uno muere y no hace un buen trayecto para irse de este mundo, vuelve a los lugares que más amó. Tal vez haya presencia de gente que quiso demasiado a Boca y se quedó entre este plano y el otro”, lanza su teoría. “Cuando fui a sanar este lugar, algo estaba trabado, como atorado, la cancha tenía una energía densa. Me quedé una noche y limpié todo, cada ángulo, cada rincón, oficinas, estadio, túneles, vestuario, cancha de básquet. Fueron 13 horas de trabajo con agua, aceite y sal.” Creer o reventar, tras el paso de Angeles, Boca se emborrachó de copas.

Ciertos pasos misteriosos encuentran rápida explicación: perros callejeros que logran colarse en las instalaciones. Algunos se han quedado a vivir en el club, en la zona de Casa Amarilla, otros lograron una familia gracias al marketing potente de Boca. Como el caso de Azul, que solía dormir en las puertas 17 y 18 del estadio, vivió durante un año en la “mansión”, “celebró” dos títulos como mascota del equipo, hasta que (campaña xeneize mediante) consiguió familia.

En la recorrida a media luz, Sergio Espíndola, un misionero que tiene su tallercito de herrería en Boca, jura que los fantasmas están. Desde los 12 años trabaja en la institución, en un principio en la confitería. La leyenda indica que en el estadio de básquet, de a instantes, la pelota se escucha picar, pero cuando las luces se encienden, los fantasmas vuelven a “dormir”.

El otro custodio en vigilia esta noche, Adrián, alias “Igor”, cinco stents coronarios y cinco horas de sueño por día, desmitifica un poco la cuestión. Su explicación tiene que ver con el plano de la física: “Después de tantos saltos y movimientos los días de partido, a la noche baja la temperatura, el fierro se dilata y vuelve a su lugar. De ahí salen los ruidos, los crujidos. Otros ruidos posibles son de palomas que hicieron sus nidos en algún rincón del estadio”.

Cuando el cansancio derriba el cuerpo, no queda otra que hacerse un ovillito en el hall de Brandsen, debajo de las viejas plaquetas que felicitan a Boca Juniors por la inauguración de su estadio (25 de mayo de 1940). A las tres de la mañana, ya es hora de un nuevo patrullaje por el campo de juego y por los palcos. En la penumbra, La Bombonera parece un óleo. El jardín del edén. Un paraíso de paz que encantaría al mismísimo Dalai Lama. El césped zanjado por las piernas excavadoras del CataDíaz, el viento jugando dentro de esta cajita de resonancia magnética, el palco de Diego Maradona titilando como una estrella. La Bombonera dormida parece el mar de noche, ya no sabemos dónde comienza ni dónde termina.

La popular como almohada, las estrellas como compañía romántica. En unos días se cumplirán 76 años de esta caja de bombones de la que todos se sirven y el proyecto de “jubilación” (y nuevo y más cómodo estadio) entristece la estadía. Horas después, lo explicará en primera persona –y con lágrimas– don Juan Farenga, hijo de uno de los fundadores de Boca: “Yo la he visto construir. Los viernes a la tardecita mi padre nos llevaba. Vi cómo se iban levantando las tribunas. Tengo recuerdos patentes: el hormigón era subido con baldes, de forma vertical, a través de un sistema de poleas. Después, tuve la suerte de estar aquel 25 de mayo. Entraron seis jugadores con la bandera de Boca, la llevaron frente al mástil olímpico y se la entregaron a mi padre. El presidente de la Nación, Roberto Ortiz, dio el puntapié inicial. Ese día entraban unas 30 mil personas, pero fueron 50 mil. Todavía tengo en la mente el olor a carbón y la sensación del vapor y humedad de esas locomotoras que cruzaban al ladito de la cancha”.

Esperando que algo pase, entonces, pasa la magia. Como un espejismo, cuando nadie lo espera, se escucha al tren carguero por lo que uno creía las vías muertas del ferrocarril. El portero de Boca es el encargado de la tarea insólita: ante la proximidad del monstruo, abre las rejas para habilitar el paso de esos 30 vagones, y vuelve a cerrar con llave. El traqueteo al costado de La Bombonera, durante cinco minutos, y después, otra vez la nada. Un sereno se va silbando bajito eso de “¿Por qué será que no sé vivir sin vos?”. Es la mañana y ya podemos encontrarle algún sentido a este insomnio. Tal vez todo hincha –cualquiera sea su color de bandera– vaya a la cancha para buscarse, para buscar a quién era cuando pisó el cemento por primera vez. Tal vez La Bombonera nos saque de la soledad, nos devuelva un rato a eso que perdimos, nos haga sentir menos miedo. O más vivos.

Fuente: Clarín 

Link: http://www.clarin.com/viva/Bombonera-nadie-ve_0_1567643363.html#cxrecs_s 

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