La obra de Benito Quinquela Martín es una sinfonía de estibadores cargando carbones, frutas y pescados. Narra una épica del movimiento continuo. Brumas, soles, atardeceres, noches cerradas, fiestas, astilleros, puentes y velámenes se mezclan en una memoria alucinada que hizo honor a aquello de “mirar hasta que estallen los ojos”. Esa mirada amorosa se derrama como un bálsamo sobre el pueblo boquense. El tan subvalorado “color local” es el eje alrededor del cual se organiza el mundo de Quinquela como una unidad indivisible entre el artista y el lugar que habita. Siempre figurativo, la carga de verdad que hay en cada trazo quinqueliano resplandece como una ánfora de luz. En un mundo donde la reticencia de sentimientos es moneda corriente, cada cuadro de Quinquela adquiere el valor de una esperanza señera. El pintor de La Boca era un alquimista que transformó a su patria chica en un mundo inmenso. Quinquela decía: “Aquí me dieron todo: amparo, cariño, amistad, fama… a La Boca le debo todo lo que soy, aquí me trajo la mano de Dios, aquí he trabajado, aquí he sufrido y soñado, aquí he vivido”. Y ese “aquí” es también un “ahora” por el milagro del arte.
Entrar en el Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín representa acceder a un laberinto de maravillosas colecciones de artistas argentinos, mascarones de proa y esculturas. Apoco de andar entre sus amplios espacios, uno tiene la sensación de estar adentro de una nave que se desplaza lentamente por las calles de La Boca. En su planta baja funciona la Escuela Pedro de Mendoza. En cada aula, hay un mural pintado por Quinquela, que creía que la convivencia de los niños con el arte era una cosa absolutamente necesaria.
En un box presurizado se conservan los archivos de Quinquela que han sido digitalizados por el Departamento de Archivo y Documentación. El maestro acostumbraba guardar todo tipo de material impreso –fotos, tarjetas, recortes de diarios, anotaciones fortuitas, cartas, catálogos, etc.– que ahora se encuentra digitalizado y disponible al público.
Víctor Fernández, director del Museo, nos cuenta que ese archivo encierra el relato de cómo se fue construyendo alrededor de la escuela/museo un polo cultural, educativo y sanitario: una escuela de artes gráficas, un teatro, un lactario y un hospital odontológico infantil, con los que Quinquela buscó armonizar el arte con la asistencia social. “Quinquela en un momento se sale de la tela”, dice marcando el momento en el que el maestro decide que su arte se involucre directamente con las calles del barrio y de la ciudad. Ahí está Caminito, que se hizo a partir de una idea suya, una calle muerta convertida en una galería de arte a cielo abierto, y la fundación de la Orden del Tornillo, una simpática logia que premiaba la ausencia de cordura, bendiciendo a los “locos”, depositarios de los sueños y los cambios. En el despacho de Fernández hay una gigantografía de una foto de Quinquela donde se lo ve en pleno trabajo, flanqueado por los mellizos García, personajes del barrio, y por Adolfo Ollavaca, entrañable poeta.
Hay 69 murales de Quinquela repartidos por Buenos Aires, como “La descarga de los convoyes” que todos los días cientos de porteños pisan en el andén de la estación Plaza Italia de la línea Dde subterráneos. Hoy se respeta plenamente la vocación social del artista: el Museo programa constantemente acciones culturales que involucran a escuelas de la zona y a los vecinos. Un viejo sueño de Quinquela pronto se hará realidad: los chicos del barrio van a pintar de vivos colores la acera de la avenida Pedro de Mendoza, desde el Museo hasta la ribera.
Museo Quinquela. Pedro de Mendoza 1835. Abierto martes a domingo hasta las 18. Bono contribución: $ 10.
Fuente: Diario Z
Link: http://www.diarioz.com.ar/#/nota/museo-benito-quinquela-martin-por-la-boca-muere-34466/
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