Hace 19 años que Verónica Magnetti es docente, pero recién en 2011 tuvo una experiencia bisagra en su carrera. La directora de la escuela Nº 704 de Adolescentes y Adultos de Mariano Acosta, donde ella da clases, le propuso integrar a tres alumnos especiales. Así conoció a Alan Morinigo, quien sufre de hidrocefalia. Verónica trataba de ganarse la confianza de su alumno y observaba atenta cada uno de sus movimientos. Pero Alan le allanó el camino. Su mochila, su cuaderno y todas sus pertenencias deschavaban una pasión: Boca.
Su fanatismo es tal que “hasta hace muy poco, cada vez que Boca perdía él lloraba”, cuenta Walter, su papá. Los días pasaban y entre cuentas y charlas, Alan le confesó su sueño: jugar al fútbol. Por eso, la seño organizó una jornada recreativa y Alan peloteó con chicos de su edad. Pero Verónica quería más, su alumno iba a cumplir 18 años y ella deseaba un festejo especial. Alentada por el ejemplo de Alan, quien le demostró “que si uno quiere, todo se puede”, escribió una carta a Clarín para que la ayuden a lograr su objetivo. Así fue que las autoridades de Boca Social –el área de acción social del club, liderada por el vocal Enzo Pagani– se pusieron a disposición para cumplir el sueño. El viernes 30 empezó temprano. A las 8, Alan partió con su maestra y su familia hacia La Boca. Sabía a dónde iba pero no para qué. La primera sorpresa llegó al ver el entrenamiento de los jugadores; después de subir una escalera, se encontró con esa panorámica que a él le hizo llevar las manos a la cabeza y a Verónica cargar los ojos de lágrimas. Pero los jugadores todavía estaban muy lejos, Alan iba cantando sus nombres a la distancia. Hasta que llegó el momento de bajar los peldaños para asistir a una sala donde lo esperaba una torta azul y oro. En seguida se presentaron unos acompañantes para ayudarlo a soplar las velitas: Viatri, Burdisso, Rivero y Sosa. También hubo regalos: una camiseta con las firmas de los jugadores. Viatri le preguntó cuál era su deseo y el cumpleañero no dudó: “Que estemos otra vez en la Copa Libertadores”. Los trayectos en el club eran largos, pero a pesar de sus dificultades motoras, Alan no se cansaba. Llegó el turno de volver al lugar de entrenamiento para saludar al resto del plantel. Las figuras se sucedían y las firmas en la remera también. Bataglia, Paredes, Caruzzo, Chávez, Schiavi, Somoza, Fernández y Colazo, a quien Alan quería conocer especialmente. “Es que tiene 18 años como yo”, fundamentó el hincha. Pero la emoción mayor llegó cuando se abrieron las puertas de la Bombonera, Alan entró a la cancha de la mano de su papá, dio tres pasos y tocó el césped, caminó hacía su deseo: al costado del campo de juego había una Copa Libertadores (esa por la que pidió al soplar las velitas), la tocó y se sacó una foto.
Ya no quedaban rastros de la lluvia que había caído durante la madrugada. El cielo era de un celeste perfecto, esa perfección que escapa a la voluntad de los hombres y que sólo se alcanza en los sueños.
Fuente: Clarin
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